Hoy tengo una gran noticia,
Después de 112 sábados, 13.440 km y un montón de pasta en gasolina y matrícula de piscina, mi hijo sabe nadar sin manguitos.
No se si se debe a la inversión hecha en tiempo y dinero, o a que no dejo de repetir a los cuatro vientos que mi hijo no tiene dotes deportivas y finalmente se ha molestado y ha decidido llevarme la contraria en público, el caso es que de repente en dos días todo le sobra. A un mes vista de su 4º cumpleaños ha decidido prescindir de manguitos, burbujas, churros y demás complementos acuáticos.
Mientras tanto yo le miro con ojos de madre satisfecha y me pregunto ¿ha merecido la pena? Mas que nada porque veo que el resto de niñ@s que no han ido a natación durante casi la totalidad de su vida están en el mismo punto.
Echo la vista atrás y pienso en esos 112 sábados de madrugones para llegar a la carrera a la piscina. Piscina que se encuentra a 60km de casa. Sábados llenos de anécdotas, como dejarnos el bolso con la ropa de baño en Madrid, o llegar tarde y dar una clase de 10 minuto por haber pillado un grandísimo atasco, o no poder bañarnos por haberse roto la caldera de la piscina climatizada y estar el agua helada, bebés de 8 meses que salían morados con solo mojarles el dedo gordo del pie, porque la monitora insistía en que el agua no estaba tan fría.
Qué fue de esos viernes en los que me jugaba a los chinos con el padre de la criatura a quien le tocaba mojarse el culo al día siguiente.
Superada esa etapa llegó la angustia de pensar que la fiera se metía sola con la monitora y otros 10 canijos sin nuestra supervisión.
Después alegría porque nos pusieron una cafetería en el recinto del polideportivo y se nos pasaba volando la clase entre cafés y charlas con otros padres.
A lo largo de los últimos tres años y medio hemos visto como el canijo iba encantado y disfrutaba del agua, luego iba encantado y de repente se volvía loco y no dejaba de llorar, luego no quería ir y cuando estaba dentro no había forma de sacarle, en fin todo un ir y venir de estados emocionales.
Mientras tanto sus padres renunciaban a una vida social normal. Cualquier plan tenía que ser a la vuelta de natación, que entre unas cosas y otras no era antes de las dos de la tarde.
¿Ha merecido la pena? Os lo diré cuando la fiera llegue a casa con una medalla olímpica. Hasta entonces sigo dándole vueltas a si este año repetimos hazaña o cambiamos de actividad.
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