Si hay un hito que te abre las puertas del grupo de las peores madres del año es perder a tu hij@. Hasta que no pasas por ese lamentable trance no puedes coronarte como una verdadera mala madre.
Yo estoy de aniversario. Ahora hace un año que perdí a mi hijo por primera vez. No me atrevo a descartar que me vuelva a ocurrir, aunque no me gustaría.
Estábamos de vacaciones. Íbamos de viaje al norte y paramos a medio camino. Encontramos una cafetería con terraza y allí nos quedamos.
Mientras mi chico entró a pedir los refrescos yo me quedé fuera con el canijo.
Fue ver desaparecer al padre y decidir que él también quería acompañarle. Confiada de mi le dejé ir solo.
Cuando a los cinco minutos vi aparecer al padre sin acompañante me sentí morir. Me lo debió ver escrito en la cara porque no le dio tiempo a preguntar donde estaba el niño. Ambos nos lanzamos en plancha al interior del bar.
Al entrar vi que había otra puerta que daba acceso a las vías del tren, porque resultó que aquel bar era también la estación del tren.
Ante el estupor de la gente que por allí andaba me lancé en plancha a las vías, que para mi tranquilidad estaban despejadas.
Cuando volví a entrar mi chico buscaba desesperado entre las mesas y en el baño de caballeros.
En ese momento apareció mi hijo tan campante, iba charlando con una señora que se lo había encontrado en el baño de señoras.
La pobre mujer iba buscando a los padres de aquella criatura, que campaba a sus anchas la mar de tranquilo buscando a su padre.
Aquel día mi hijo ascendió a la escala de #niño-ninja, que es aquel con capacidad para desaparecer sin que sus padres se den cuenta, mimetizándose con el entorno y pasando totalmente desapercibido.
Su padre me puso su cara de "si no llega a aparecer te tiro a la vía", y no me habló durante el resto del viaje.
Por supuesto ha perdido la poca confianza que tenía en mi como madre, mujer y persona sensata.
Al niño no le han quedado secuelas de aquel incidente, y de hecho sigue ejerciendo de ninja cada vez que puede y nos descuidamos 30 segundos.
La madre (o sea yo) ganó sus galones de peor madre del año entrando por la puerta grande.
Esta aventura es sin dudarlo de la que más avergonzada me siento, pero como este blog es mi terapia he considerado oportuno desvelarlo, para escarnio público y en solidaridad con otras malas madres a las que les haya ocurrido algo similar.
Uno de los lugares clásicos para la pérdida de hij@s son los centros comerciales.
Ya sabéis; el niño, el carro... uy que vestido más mono, me lo pruebo en un momento, lo pago, me voy... ¿dónde está el carro? ¿dónde está el niño?
El otro es el parque. Te despistas cinco minutos comentando las proezas de tu nene con una mamá, y cuando te quieres dar cuenta ha desaparecido entre los arbustos persiguiendo mariposas.
En fin, otra de esas cosas que no os cuentan en los manuales pero que es muy probable que os ocurra en alguna ocasión, sobre todo si sois tan despistadas y confiadas como yo.
Cada día lo tengo más claro, hay que patentar el chip infantil. Un pinchacito en el cuello y localizado de por vida.
Yo estoy de aniversario. Ahora hace un año que perdí a mi hijo por primera vez. No me atrevo a descartar que me vuelva a ocurrir, aunque no me gustaría.
Estábamos de vacaciones. Íbamos de viaje al norte y paramos a medio camino. Encontramos una cafetería con terraza y allí nos quedamos.
Mientras mi chico entró a pedir los refrescos yo me quedé fuera con el canijo.
Fue ver desaparecer al padre y decidir que él también quería acompañarle. Confiada de mi le dejé ir solo.
Cuando a los cinco minutos vi aparecer al padre sin acompañante me sentí morir. Me lo debió ver escrito en la cara porque no le dio tiempo a preguntar donde estaba el niño. Ambos nos lanzamos en plancha al interior del bar.
Al entrar vi que había otra puerta que daba acceso a las vías del tren, porque resultó que aquel bar era también la estación del tren.
Ante el estupor de la gente que por allí andaba me lancé en plancha a las vías, que para mi tranquilidad estaban despejadas.
Cuando volví a entrar mi chico buscaba desesperado entre las mesas y en el baño de caballeros.
En ese momento apareció mi hijo tan campante, iba charlando con una señora que se lo había encontrado en el baño de señoras.
La pobre mujer iba buscando a los padres de aquella criatura, que campaba a sus anchas la mar de tranquilo buscando a su padre.
Aquel día mi hijo ascendió a la escala de #niño-ninja, que es aquel con capacidad para desaparecer sin que sus padres se den cuenta, mimetizándose con el entorno y pasando totalmente desapercibido.
Su padre me puso su cara de "si no llega a aparecer te tiro a la vía", y no me habló durante el resto del viaje.
Por supuesto ha perdido la poca confianza que tenía en mi como madre, mujer y persona sensata.
Al niño no le han quedado secuelas de aquel incidente, y de hecho sigue ejerciendo de ninja cada vez que puede y nos descuidamos 30 segundos.
La madre (o sea yo) ganó sus galones de peor madre del año entrando por la puerta grande.
Esta aventura es sin dudarlo de la que más avergonzada me siento, pero como este blog es mi terapia he considerado oportuno desvelarlo, para escarnio público y en solidaridad con otras malas madres a las que les haya ocurrido algo similar.
Uno de los lugares clásicos para la pérdida de hij@s son los centros comerciales.
Ya sabéis; el niño, el carro... uy que vestido más mono, me lo pruebo en un momento, lo pago, me voy... ¿dónde está el carro? ¿dónde está el niño?
El otro es el parque. Te despistas cinco minutos comentando las proezas de tu nene con una mamá, y cuando te quieres dar cuenta ha desaparecido entre los arbustos persiguiendo mariposas.
En fin, otra de esas cosas que no os cuentan en los manuales pero que es muy probable que os ocurra en alguna ocasión, sobre todo si sois tan despistadas y confiadas como yo.
Cada día lo tengo más claro, hay que patentar el chip infantil. Un pinchacito en el cuello y localizado de por vida.
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