Uno de los principales defectos de una mala madre es que no le guste ir al parque, y una de las razones fundamentales es que en ese maravilloso lugar no se pueden esconder los fallos a la vista de las madres de manual.
Cuando una mala madre baja al parque lo primero que le ocurre es que se siente desubicada. El motivo fundamental es que su falta de constancia hace que no establezca relaciones de amistad con otras madres que si son asiduas.
Consecuencia; llegas al parque y buscas desesperada alguien con quien hablar, esa madre tan simpática que se apiadó de ti la última vez que estuviste allí y te dio conversación. Lamentablemente no la ves por allí, posiblemente también era una mala madre que hoy ha conseguido escaquearse.
Resignada a tu destino te dispones a buscar un buen rincón donde pasar desapercibida.
Pero eso es casi imposible para la peor madre del año.
Cuando empiezas a relajarte tu hijo, que ha merendado estupendamente antes de bajar, mira con lástima, mientras se lamenta, al niño de al lado que está comiéndose unas galletas (aquí puedes añadir cualquier otra cosa como gusanitos, bocadillo, agua... ).
La buena madre de dicho niño se encarga de suplir tus carencias ofreciendo a tu hijo aquel "alimento vital" que tú has olvidado. Su generosidad va acompañada de una mirada de lástima hacia tu hijo, y de desprecio inmisericorde hacia ti.
Después de deshacerte en agradecimientos te alejas discretamente del lugar, buscando otro rincón oscuro donde no ser reconocida como "la madre que no alimenta a su retoño".
Otra razón por la que no me gusta ir al parque es porque nunca acierto con los juguetes que mi hijo necesitará. Si llevo la bici esa tarde nos da por el cubo y la pala, que por supuesto tiene que dejarnos otra madre mas previsora y generosa. Si llevamos el cubo y la pala descubrimos con pavor que esa es la tarde de los coches, y así hasta el infinito.
El otro día decidí no ser sorprendida y bajar bien preparada. Sin nada que envidiar a un sherpa nepalí cargué con todos los juguetes.
Mi vecina del quinto cuando nos vio me preguntó si nos íbamos de vacaciones. Me dio vergüenza reconocer que solo iba al parque así es que le seguí la corriente y le conté un proyecto de viaje inexistente. (Las malas madres también somos mentirosas).
Mi vecina del quinto cuando nos vio me preguntó si nos íbamos de vacaciones. Me dio vergüenza reconocer que solo iba al parque así es que le seguí la corriente y le conté un proyecto de viaje inexistente. (Las malas madres también somos mentirosas).
Cuando llegamos al parque y desplegué todo lo que llevábamos los niños creyeron que eramos la avanzadilla de los Reyes Magos, y las madres temieron que fuese a montar un mercadillo ilegal entre los columpios y el arenero.
Ante mi estupor mi hijo decidió que ese día lo único que le apetecía ere correr de punta a punta del parque, con su frustrada madre arrastrando una juguetería a sus espaldas.
La última razón por la que no me gusta ir al parque es porque siempre me encuentro alguna madre psicótica. El último caso fue una mamá que vigilaba con preocupación a mi hijo, o mas bien el coche que me hijo llevaba en la mano. El drama se desencadenó cuando vio como mi hijo se metía el coche en el bolsillo del abrigo, juguete que dicha madre confundió con un coche de su hija. Cuando empezó a regañar a mi hijo y a acusarle de intento de robo tuve que intervenir. Con bastante paciencia le intenté hacer comprender que ese coche no era el de su hija, posiblemente se le pareciese, incluso fuese igual, pero no era el suyo.
Durante más de diez minutos lo intenté sin ningún resultado, mientras la obstinada mamá defendía la propiedad del vehículo.
Afortunadamente su hija, preocupada por el color púrpura que iba adquiriendo el rostro de su madre, decidió tomar cartas en el asunto y desvelar que su coche había estado media tarde enterrado en el arenero, y que en ningún momento había corrido peligro.
Afortunadamente su hija, preocupada por el color púrpura que iba adquiriendo el rostro de su madre, decidió tomar cartas en el asunto y desvelar que su coche había estado media tarde enterrado en el arenero, y que en ningún momento había corrido peligro.
Esa tarde volví a casa satisfecha por no ser la peor madre del parque, y sobre todo feliz porque al día siguiente yo no tendría que bajar al parque. Ah no, al día siguiente le tocaría vivir su gran aventura semanal al padre de la criatura, porque otra cosa no pero en nuestra casa vivimos en democracia, y los malos tragos nos los repartimos al 50%.
No hay comentarios:
Publicar un comentario