domingo, 1 de diciembre de 2013

¡¡¡¡ Por los pelos !!!!

Entre mis múltiples virtudes está la de pasar olímpicamente de cuidar mi aspecto más allá de lo higienicamente fundamental. Que nadie se asuste demasiado, me ducho todos los días y esas cosas, pero mi falta de coquetería me lleva a cometer ciertos deslices. 
Valga de ejemplo lo que me pasó el otro día en la peluquería. 

A pesar de mi edad juventud necesito teñirme para no llevar el pelo cubierto de canas y que me confundan con el Dr. Emmett Brown, más conocido como Doc en "Back to the future". (Si habéis necesitado esta aclaración es que sois realmente jóvenes). 
Este proceso que debería llevar a cabo una vez al mes como mínimo (sí, tengo mucha suerte, el pelo me crece ultra rápido), lo vengo haciendo una vez cada tres, cuatro o cinco meses en función de lo perezosa liada que esté.
Esta última vez aproveché que tenía cita para la depilación láser (otro embolado en el que me he metido) y así matar dos pájaros de un tiro (maldita la hora en que se me ocurrió tan genial idea). 

Allí me tenéis, dispuesta a mi doble sesión estética, a merced de mis asesoras. 
Esto último antes me funcionaba muy bien, durante unos años tuve una cuñada peluquera que hacía conmigo lo que quería, y yo encantada. Cada vez que me pillaba por banda me cambiaba el color de pelo, el corte y cualquier otra cosa que se le ocurría. En la actualidad tengo que volver a pensar por mi misma lo que necesito, con la dificultad que conlleva.  

Llego a la pelu y primera decisión: color del tinte. - Pues no se, el de la última vez. 
Para mi desgracia la peluquera y yo debíamos tener una percepción distinta del color que me aplicaron la ultima vez, porque he pasado de un cobrizo a un moreno raruno.

La segunda decisión desafortunada fue dejar que me convencieran para hacerme el láser mientras se me secaba el tinte.
Lo primero que descubrí fue que no me podía quitar mi camiseta, la bata, la toalla y la capa de plástico que remataba mi outfit con aquel mejunje extendido por toda mi cabeza. Con la ayuda de la esteticién, y dos pinzas, conseguimos hacer un burruño con toda aquella ropa alrededor de mi cuello, para que me pudiesen achicharrar los pelillos de las axilas. 
Como buenamente pude me tumbé en la camilla y me dejé hacer.
Consecuencia: salí con la barbilla teñida del mismo color que mi cabeza. 

Después de restregarme un producto para tratar de arreglar el desaguisado la chica me mandó de nuevo a peluquería, no sin antes aprovechar para trasladarme su indignación sobre lo ocurrido, "por la mala práctica de sus cutres compañeras", que además le iba a suponer salir media hora tarde del trabajo, y otros detalles que no es necesario transcriba. 

De vuelta en la peluquería me dejaron un rato laaaargo esperando en el lava-cabezas  para que en las puntas de mis pelos se produjese una reacción que no conseguí entender cuando me lo explicaron.   
Cuando por fin me lavaron el pelo insistieron en ponerme miles de productos, que yo no quería, ni necesitaba (desde mi punto de vista). 

En ese intervalo una clienta empezó a quejarse del resultado "poco satisfactorio" de sus mechas. La encargada tuvo a bien tomar las riendas de la situación y explicarle que "el efecto degradado multicolor de sus mechas es lo más de moda últimamente". Como la clienta no estaba nada contenta con la explicación optó por volver a tintarle el cabello. 
     
Lo mejor del caso es que me endosaron a mí a la cutre peluquera, que disgustada y ofuscada por lo sucedido no tuvo mejor gesto que quemarme una oreja con el secador

Dos horas después, desesperada por regresar a mi casa, pasé por caja, aboné el importe del desaguisado y pedí la tarjeta del parking. 
Cuando llegué a la garita del parking el señor, muy amablemente, me dijo que aquella tarjeta no valía porque no estaba sellada. Vuelta a la peluquería para que me la sellasen y vuelta al parking para marcharme. 
No podía ser tan fácil. El buen señor tuvo el detalle de decirme que en la peluquería deberían haberme dado dos tarjetas para cubrir las dos horas de agonía y que, como solo me habían dado una, él ahora tenía que cobrarme la otra hora. ¡¡¿Por qué no me lo contó la primera vez???!!!!

¿Es necesario que os diga todo lo que se me pasó por la cabeza en aquel momento?

En fin, si no os ha quedado muy claro por qué no me gusta ir a la peluquería os sugiero que volváis a leer la entrada. En lo que a mi respecta no pienso volver hasta que me confundan por la calle con la mujer de Papá Noel / Santa Claus.  


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